domingo, 20 de febrero de 2011

Las tribulaciones de Roberto

"Podrán cortar todas las flores pero jamás acabarán con la Primavera."- Ernesto "El Che" Guevara

De gran envergadura era el problema que tenía por delante nuestro amigo Roberto, aunque el se obstinará en negarlo. Cada día le costaba más evitar trasnocharse sin sentido alguno. Algunas veces trató de analizarse, pero poco o nada fue lo que pudo hacer. Al cabo de unos días, admitió finalmente que tenía un problema.
Sin embargo, lo primero que se le vino a la mente no fue pedirle consejo a uno de sus amigos. En realidad, lo que estaba a punto de hacer ya lo había venido pensando sin siquiera querer pensarlo. La idea venía a su mente con tal potencia que era imposible rechazarla.
Así que, dicho y hecho, empezó a correr queriendo creer que no tenía rumbo alguno, aunque en el fondo supiera muy bien a dónde se dirigía. Era el miedo lo que lo corroía por dentro, era el miedo lo que lo volvía inestable, y fue el miedo lo que hizo que se detuviera.
Entonces, se sentó al lado de un jardín a ver la noche estrellada. Cogió una piedra y empezó a lanzarla y atraparla. Repentinamente, escuchó algo atrás de el. Roberto se levantó para ver que había producido el sonido y se encontró cara a cara con su hermano menor, Gonzalo.
-Roberto, ¿qué haces acá? - le pregunto el pequeño.
-Lo mismo te podría preguntar a ti - le respondió Roberto.
-Me di cuenta que tenías un problema, te seguí a ver que hacías. Tranquilo, se que la extrañas, pero va a volver pronto. No es que nunca vaya a volver de allá - replicó su hermano
-Eso espero, eso espero - dijo Roberto.
Ambos partieron de regreso a casa una vez más. Roberto se sentía mejor, y una vez más no sabía explicar por qué.


viernes, 11 de febrero de 2011

La octava vez

Las últimas dos veces que Francisco la vio cruzar la calle, no se atrevió a dirigirle la palabra. Sin embargo, la tercera vez fue diferente.
Era una fría tarde de otoño. Las nubes bailaban en el cielo, un vals que parecía no terminar. Y allí se encontraba él, en el parque de las tantas tardes que aún no olvidaba. Una vez más, tenía su cuaderno de dibujos a su lado.
Fue justo en el momento en el cual se disponía a descansar, cuando ella cruzó la calle. Los cabellos bailaban al ritmo del viento, mientras la casi nula luz iluminaba, de alguna manera u otra, sus, ya de por si claros, ojos. Cada paso que daba era para Francisco un latido más rápido. Había imaginado su lindo nombre, pero nunca encontraba uno tan lindo ni adecuado para ella. Por eso había tomado la decisión de preguntárselo.
- Ho...hola-le dijo Francisco.
Ella volteó y lo miró.
-¿Si?¿Pasa algo?-le respondió.
-No es nada, solo quería saber si me dejarías dibujarte-le pidió Francisco.
Conversaron un rato sobre ellos, mientras Francisco la dibujaba. Al terminar, llegó el momento tan ansiado.
-Eh...
-¿Sí, que pasa?- le dijo a Francisco
-No sé tu nombre
-Me llamo Elena.
A partir de ese día, Francisco no olvidó ese nombre. Y Elena, sin siquiera pensarlo, no olvidaría a Francisco, al menos por un buen tiempo.
La cuarta, la quinta, la sexta, y la séptima vez, llegaron sin siquiera notarlo.
-¿Alguien te dijo alguna vez lo linda que eres?
-Lo intentaron, pero no todos lo lograron.
-Jajajajaja.
-Es verdad.
-Relájate.
-No se va a poder.
-¿A qué te refieres?
-Lo siento, me tengo que ir.
Elena se levantó y se fue sin despedirse. Al otro día, Francisco fue una vez más al parque donde siempre se encontraban...
La octava vez nunca llegó.